de su huída
volvemos por el río
con los caballos.
Cuando está la tarde apenas
encendida, los traemos
para que también el aire
pueda verlos.
Para que puedan nuestras voces
encontrarlos.
Altivos como un viento
cincelado,
como arenas de verdad
entre los dedos.
El negro no les duele
ni los carros
que se llenan de cansancio.
Los caballos de la mina
nos esperan
cuando el sol pierde la tarde
en los sembrados.
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