Se fue porque no quiso
pertenecer eternamente
al mundo de los árboles.
Lloró por él la casa
y el martillo.
Lloró por él la lámpara
un llanto semejante
el agua tibia
del ocaso.
Se fue porque tenía
una flor como un deseo
mordiéndole los labios.
Una tarde, dejó el pico
igual que un juramento
sobre el polvo
olvidarse de la luz.
Nos ha quedado
una puerta al horizonte
de la angustia
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