domingo, 11 de septiembre de 2011

NOTA PREVIA, CONSTANCIA, ADVERTENCIA, RECOMENDACIÓN, PETICIÓN Y CONTACTO


NOTA PREVIA

El contenido de este texto es reproducción del publicado en 2006 con las siguientes referencias:

© Emilio Rodríguez González

© De esta edición: Caja Duero 2006

ISBN: 84-95610-30-2

Depósito Legal: S. 1.331-2006

Impreso en España. Printed in Spain

Imprime: EUROPA ARTES GRÁFICAS, S.A.

Polígono El Montalvo, 37008 Salamanca


CONSTANCIA

Y para que conste en esta versión digital, decir que Como árboles que andan (1: "Figuras de cerca", fue publicado por primera vez en Cuadernos de realidades sociales, n° 22, enero 1983, Ins­tituto de Sociología Aplicada de Madrid, Madrid, pp. 153-166). Y que Como árboles que andan (II: "Las cosas que nos sangran", apareció en Cuadernos de realidades sociales, n° 23/24, enero 1984, Instituto de Sociología Aplicada de Madrid, Madrid, pp. 315-336).

ADVERTENCIA

La obra original ha sido maquetada nuevamente para facilitar su publicación electrónica en un blog del Poeta Emilio Rodríguez, ha perdido las ilustraciones, ha cambiado la portada, la contraportada, el número de páginas y, consecuentemente, el Índice.

RECOMENDACIÓN

Dado que la edición original está agotada, el autor autoriza a sus lectores a reproducir esta obra para uso personal, con el ruego de que se cite su procedencia.

PETICIÓN

Si algún lector quedase especialmente complacido con la lectura de COMO ÁRBOLES QUE ANDAN pede manifestar su satisfacción entregando un pequeño donativo a cualquier organización dedicada a mejorar las condiciones de vida de los habitantes de este mundo.


CONTACTO

Los lectores que deseen ponerse en contacto con el autor de este libro pueden hacerlo escribiendo a su dirección electrónica poetaemiliorodriguez@gmail.com

ÍNDICE

NOTA PREVIA, CONSTANCIA, ADVERTENCIA, RECOMENDACIÓ...

INTRODUCCIÓN

I. FIGURAS DE CERCA

AQUI EL HOMBRE

LA MADRE

MUCHACHO MINERO

EL ABUELO

EL NIÑO

JOSE

EL CAPATAZ

LA MUCHACHA

RETRATO

EL PICADOR

MARÍA

EL EVADIDO

II LAS COSAS QUE NOS SANGRAN

EL MINERAL

LA NOCHE SOBRE EL PUEBLO

EL PAN

LA TRAGEDIA

EL MONTE

NACIMIENTO

LOS ROSALES

LA CASA

LA CRUZ

LOS CABALLOS

FIESTA

BODA

LA ESCUELA

FUNERAL

SUEÑO

DESPERTAR

TEXTO DE LA SOLAPA DEL LIBRO IMPRESO

INTRODUCCIÓN

¿Ves algo? Mirando él dijo: veo hombres algo así COMO ÁRBOLES QUE ANDAN

(Evangelio de S. Marcos, 8, 24)


INTRODUCCIÓN

Han pasado veinte años desde que Como árboles que andan viera la luz en la Revista Cuadernos de Realidades Sociales, repartidos entre los números 22 y 23/24 de 1984. Y por lo menos otros diez más desde el momento de su escritu­ra. Nada ha variado, sin embargo, en el valor y la considera­ción de este libro, de entre los primeros que escribió su autor. Ha variado, eso sí, el currículo como poeta de Emilio Rodríguez: Pregunto por el silencio (1977), Marea de bolsillo (1983), El canto general de la distancia (1989), Horas menores (1989), Jardines recortables (1994), Parquelagos (1994), Cantata de Galmaz (1995), Un horizonte escrito (1995), De espaldas a la luna (1999) y Absorta luz (2002). Todos estos poemarios confirman al poeta como una de las voces más sóli­das de la poesía española del momento. Sin embargo, mucho de lo que es su poesía actual está ya en germen en Como árbo­les que andan: su ritmo, tan peculiar en la ruptura del ende­casílabo, en el heptasílabo, en la alternancia de versos largos y cortos..., hasta las casi pretendidas asonancias están ahí. Y, por supuesto, todo el mundo de la niñez, las nieblas asturia­nas que aún no le han abandonado, sus nostalgias y sus tan­tos años, dado el consciente tono narrativo que en él emplea.

Como árboles que andan es el libro de la mina, el libro de un mundo que Emilio Rodríguez conoció -si no en la propia entraña- muy de cerca. O acaso sólo sea el libro de una comu­nión de paisanaje, arrancado de un recuerdo atávico, porque como el poeta dice en el poema que cierra el libro, ¿acaso clave de todo él?:

y hay palabras

que nunca fueron nuestras,

que jamás

habíamos pensado tocar

con nuestros labios


Y añade:

A veces nos sobran los caminos,

nos sobra soledad

para sentamos

en un verde que no existe

y que tocamos.


Pero, como diría otro poeta, Leopoldo Panero, -Todo es verdad porque alguien lo ha soñado», y el sueño, el recuerdo de Emilio Rodríguez ha creado un mundo poético y cierto en el que asistimos a la presencia viva de los hombres y de las cosas que lo habitan.


El libro está estructurado en dos partes, que el poeta titu­la Figuras de cerca y Las cosas que nos sangran, respectiva­mente. La primera es marcadamente narrativa, y en ella, con un lenguaje directo pero emocionado, el poeta nos presenta al padre, a la madre, sostén moral del hombre minero, al capa­taz, al picador. .. Hombres y mujeres de carne y hueso, hechos de carbón desde la infancia (El niño), desde la infancia trenzados al miedo de una muerte bajo tierra, y a un cansancio habitado de alegría:

Volvía con la fatiga

doblada sobre el hombro

como un cántico.

Solamente el miedo y la canción

le estaban permitido.

(El picador)


Estos hombres y estas mujeres están tan identificados con el subsuelo en la mente del poeta, tan raíces y mineral, que su existencia sólo es posible en la pertenencia -a las raíces / a los cauces subterráneos / donde el viento / no tiene nunca entra­da- (Aquí el hombre)

La segunda parte es más lírica, pero no menos dramática. El miedo sigue siendo un ingrediente fundamental en los poe­mas: el miedo a la tragedia en la mina, el miedo a


Morir lejos del cielo

y de la luz,

morir buscando el centro

del espanto,

como una semilla

de otras muertes

(La tragedia),

o el miedo dulce de las tradiciones asturianas, siempre ace­chando en las noches del poeta


La noche estaba azul. La noche

en que los muertos

venían a respirar

bajo los árboles

(Noche sobre el pueblo)


Y junto a estos sentimientos, todas las incidencias de una existencia rural: el nacimiento, la boda, el funeral, la casa, la cruz de los caminos, el monte (-El monte no sabía / que por sus venas / caminaban los hombres / a mordiscos- El monte), o la dolorida escuela, dominio de los sueños, donde los niños imaginarán geografías fantásticas y blancas bahías lejanas que nunca verán, amenazados siempre con dejar ese lugar maravi­lloso, pues

En la escuela se aprenden

muchos sueños

y el carbón, desde mañana,

está esperando.

(La escuela)

En "Las cosas que nos sangran» el poeta ha sabido percibir la estrecha relación que existe entre el mundo subterráneo y el de la superficie. Y ha sabido encontrar el símbolo poético más adecuado para expresarlo: el del vegetal que participa de ambos mundos, sea el rosal ("El rosal no sabe nada, / pero la tierra le envía siempre / un negro corazón / por las raíces» Los rosales), el árbol, o el trigo, metamorfosis milagrosa del trabajo "Cuando el negro sudor / de nuestras almas / se hace trigo») para un pue­blo donde "El pan nos sabe a hierro / y a cansancio» El pan).

En esta doble coordenada -la del dolor y la muerte, y la de una relación casi umbilical del minero con la entraña del suelo ­discurren todos los poemas de "Las cosas que nos sangran». La hondura vivencial y solidaria que conllevan no le pasará des­apercibida a ningún lector, como tampoco puede pasar des­apercibido el hecho de que esta poesía de Emilio Rodríguez es una poesía que puede llamarse social, pero en la línea de la mejor poesía social de nuestras letras. Esto es, la que incorpora una depurada factura formal, una belleza imaginativa realmente con valor estético, a un contenido de urgencia inexcusable. Y esta conjunción - todos los sabemos - no es nada fácil.

Como árboles que andan, un libro, pues, humano donde los haya, hondo donde los haya, y, sobre todo para aquellos que han convivido todo lo que reviven estos poemas, asturiano donde los haya. Tras la lectura atenta de Como árboles que andan, no volveremos a Asturias sin recordar que tras la bruma "Hay rostros parecidos / a los montes / y manos sometidas».

Y, gracias a Emilio Rodríguez, habremos comprendido mejor una tierra que, más allá de los montes, está lejos de la nuestra.

Mª DE LAS MERCEDES MARCOS SÁNCHEZ

I. FIGURAS DE CERCA

AQUI EL HOMBRE


El hombre, el hombre,

el hombre

o su recuerdo.

Porque su paz pertenecía

a las raíces,

a los cauces subterráneos

donde el viento

no tiene nunca entrada.

En la esquina borrosa

del pasado

lo tenemos

como una estatua de sí mismo.

Como un ídolo manchado

de silencio.

Pero estamos más cerca

cuando arrecian

los otoños,

si intentamos decir -padre-

y no es posible.

Si buscamos una mano

y solamente

tocamos el dolor

de haber soñado.

El vacío inconfundible

de los besos.

LA MADRE


La madre no era azul


pero tenía

unas manos muy largas,

desbordantes. Y como

una sombra de árbol

por la piel,

que me acercaba

a los sonidos de la siesta


y al verano.

La madre conocía pocas palabras

y nunca se reía,

pero hablaba siempre

desde cerca.

Como el agua,

como solamente un río


puede hablamos.


Tenía un armario lleno


de recuerdos,


pero nunca los sacaba


porque eran solamente


cosas tristes.


Y la madre no lloraba.


MUCHACHO MINERO



Catorce años llenos

de un fuego semejante


a la esperanza.


Tenía catorce años

y ya el miedo

le había reconocido


como suyo.


Si un tronco golpea el pecho


deja siempre

alguna huella.

Pero un golpe de carbón


está siempre debajo

de la piel.

Catorce años, y bajaba


ilusionado,


como si buscara cada día


un nuevo silencio.


Con todas las venas surcadas


por sonidos

semejantes a la risa.

Tenía catorce años,

pero ahora se le ha quedado negra

la mirada.

EL ABUELO


Sentía los pensamientos horadados


por un túnel

de larguísima nostalgia.

Estaba siempre al sol de los recuerdos

y decía: < cuando estos brazos ...>

-< Cuando una piedra azul

se me resista >

Preguntaba a los mineros

si eran buenas las noches

bajo tierra. Si estaban cerca

de algún río.

llevaba los recuerdos vivos


como anguilas


en todos los rincones de la piel,


y sonreía

cuando la tarde

cerraba a cal y canto

los deseos.

EL NIÑO


El niño jugaba con un trozo


de carbón.


Era un tronco de brillos


azulados


como el atardecer,


como la piel

de algunos animales.

El niño apretaba en sus manos

un caballo

o una gacela gris


que le iba tiñendo l


os ojos y los dedos.


Jugaba con un trozo


de carbón

y no sabía sonreír.

JOSE


Decía: .< Buenas noches >,

y se convertía en un deseo


cada sílaba.

Gritaba: < Vamos todos >,

y nos sentíamos apretados


con su prisa.


Sabía sonreír de tantos modos

que el rostro se alzaba

en mariposas

o en manos de saludo.

Si exclamaba: < Nadie- > o < Todos > ,

teníamos que mirarnos

para estar ciertos

de que nada

se había ido de nosotros.


Nunca aprendió a llorar


porque la muerte


vivía siempre junto a él


como un dolor

de cada día.


EL CAPATAZ


Lo miras y no es más


que un área fría


de huesos y silencio.


Lo llamas

y marcha con tu gesto

igual que un perro agradecido

de ser útil.

Tiene las manos detenidas

y toda la voz cubierta

de roturas,

porque sólo utiliza una palabra.

Solamente dice: < Ya veremos ... >.

Le preguntas

por dónde va el carbón

y se hace gesto

hasta el último lugar

de su mirada.

Tiene azules las manos,

pero dice que no es viejo,

conoce muchas cosas

y no le caben en la piel.


Por eso es lento.


LA MUCHACHA


Era unos ojos blancos

como balcones abiertos

a la nada.

Quiso marcharse un día,

cuando el camino era de niebla

y no pudo encontrar

una salida.

Se le fue quedando pequeña

la voz, como una flor

sin pensamiento

que se aprieta en la mano

hasta matarla.

Era unos ojos limpios

como el agua

adormecida.

Quiso marcharse un día,

con el carbón ardiendo

en la mirada,

pero habían muerto los caminos,

Quiso decir: < Tristeza >,

y no sabía,

aún no sabía

que se le habían secado todas

las palabras.

RETRATO


En un metro sesenta de estatura

y de misterio

se esconde el alma sin asombros

de este niño. Cuando mira,

las cosas parecen acercarse

a un ansia primitiva

de ser útiles,

de tener unas manos por vecinas.

Cuando vuelve de la noche

lleva un reto contra el aire,

una fuerza de roca golpeada,

de roble sin amor,

que nos cautiva.

Es el hombre sin respuesta.

Este es el hombre

que pregunta por el fuego

y por la lluvia

cuando el viento y en el viento

es mediodía.

EL PICADOR

Volvía con la fatiga

doblada sobre el hombro

como un cántico.

Solamente el miedo y la canción

le estaban permitidos.

Tenía las manos escritas

con palabras

que nadie había leído,

que nunca serán consideradas

como nuevas.

Subía por los bancales

masticando la niebla

a bocanadas,

por temor a olvidarse

de que el aire

es vida gratuita.

Tenía la voz oscura como el viento,

y una larga historia

de raíces

en la piel.

No sabía que algunos días amanece

y el agua también puede

volverse de colores.

MARÍA


Llevaba tantos años y palabras

que nunca estábamos seguros

de haber sido escuchados

por sus sueños.

< Tres hijos en la mina...>

Y el vientre se le hacía

como un hueco

donde han nacido flores.


Sus labios eran ciegos


para otra cosa que no fuera


la esperanza.


< Tres hijos allá dentro...>.


Y volvíamos a saber

con cuánta fuerza

están sangrando siempre


los mineros

que no han vuelto.

EL EVADIDO

Se fue porque no quiso

pertenecer eternamente

al mundo de los árboles.

Lloró por él la casa

y el martillo.

Lloró por él la lámpara

un llanto semejante

el agua tibia

del ocaso.

Se fue porque tenía

una flor como un deseo

mordiéndole los labios.

Una tarde, dejó el pico


igual que un juramento


sobre el polvo


y se fueporque no quiso

olvidarse de la luz.


Nos ha quedado


una puerta al horizonte


de la angustia


con sus pasos.

II LAS COSAS QUE NOS SANGRAN

EL MINERAL


A veces encontrábamos un árbol

o un silencio de pisadas

en la sombra.

A veces sentíamos la muerte

nacer entre los bloques,

y un aroma

semejante a las raíces.

Encontrábamos la vida

en negros sueños

y olvidábamos el odio

y el acero.

El carbón, bajo la luz,

se vuelve amigo.

Se desprende de sí mismo

y nos da golpes.

A veces encontrábamos un árbol

o el tiempo adormecido

en una concha.


LA NOCHE SOBRE EL PUEBLO


La noche estaba azul. La noche

en que los muertos

venían a respirar

bajo los árboles.

La noche estaba azul

y ofrecía la misma solidez

de los sembrados,

mientras agonizaban

las últimas hogueras ...

Se olvidaban los caminos

de la lluvia

y soñaban las ventanas

estar a muchas horas

de la vida.

Todavía no era el silencio.

Solamente una fusión

de miedo y aire. Un río

que se detiene para verse.

La noche estaba azul

cuando los gallos

despertaron a una voz

la lejanía.

EL PAN

El pan nos sabe a hierro

y a cansancio.

El pan está tan cerca

de nuestra soledad

que no podemos


quitamos de los dientes


su agonía.


El pan no tiene nombre


cuando es tierra


que alimenta nuestra tierra


de sonrisa.


Desde el hambre puede verse


en claridad

la torpe valentía de las espigas,

cuando abril y tantas noches,

cuando el cuarzo

y la ceniza.

Cuando el negro sudor

de nuestras almas

se hace trigo.